En el transcurso de los últimos 150 años, el hombre ha fabricado alrededor de 120 mil sustancias químicas diferentes para satisfacer las crecientes necesidades del desarrollo tecnológico; algunas de las cuales también han traído algunos beneficios en la salud.
Esta lista se incrementa anualmente con alrededor de 2 mil nuevos compuestos, cuya fabricación, aplicación o degradación produce residuos que se han convertido en el punto débil de una sociedad promotora de la industrialización y el crecimiento económico como estandartes de la modernización y el progreso.
La presencia de estos residuos en el ambiente está ocasionando la contaminación de nuestros recursos naturales y acelerando el deterioro ecológico que está sufriendo nuestro planeta.
Estos compuestos desechados se filtran a los mantos freáticos, contaminan el aire, el suelo, e incluso se depositan en los seres vivos mediante un efecto llamado bioacumulación. Posteriormente los residuos depositados en las cadenas tróficas inferiores van escalando hasta llegar a los seres humanos. En pocas palabras, es muy probable que el filete de pescado de su cena esté contaminado con residuos químicos vertidos a los lagos y mares.
Aunque las consecuencias de la interacción entre los seres vivos y estos compuestos apenas están siendo estudiadas, más de una generación ya ha sufrido las consecuencias de este acoso medioambiental.
A pesar del impacto ecológico ocasionado, el sector agrícola se ha visto beneficiado con la manufactura de compuestos químicos gracias a la mecanización y al empleo de insecticidas, herbicidas y fertilizantes químicos que han permitido incrementar el rendimiento de las cosechas y controlar enfermedades transmitidas por vectores intermedios (por ejemplo el paludismo).
La Organización Mundial de la Salud estimó que hasta 1971, más de un billón de personas fueron salvadas de contraer malaria gracias al uso del DDT.
El DDT es un compuesto perteneciente a la familia química de los plaguicidas organoclorados y es uno de los exponentes más representativos de toda la gama de plaguicidas químicos. Otros grupos de plaguicidas son los carbamatos, los compuestos organofosforados y los piretroides.
El DDT fue sintetizado por primera vez en 1874 por Zeidler pero sus propiedades insecticidas fueron descubiertas hasta 1940 cuando Muller observó que el compuesto era capaz de controlar la polilla de la lana. A partir de ese momento el DDT se comenzó a emplear como insecticida en aplicaciones agrícolas y como medio preventivo en la aparición de epidemias.
No obstante los resultados obtenidos en la agricultura, los plaguicidas químicos son más perjudiciales que benéficos. El DDT fue prohibido en Estados Unidos en 1972 al observarse su gran efecto de bioacumulación y toxicidad a largo plazo.
Y es que la principal ventaja de los plaguicidas químicos es también su principal problema. Son compuestos muy estables, lo que les proporciona una alta efectividad biológica contra otro tipo de control de plagas, pero son difícilmente biodegradables (el DDT tarda 10 años en degradarse) lo que ocasiona el efecto de bioacumulación ya mencionado.
Otro efecto indeseable de los plaguicidas químicos es que generan en los insectos-plaga un fenómeno conocido como resistencia, que es definido como el desarrollo de la habilidad para tolerar dosis altas de tóxicos, los cuales resultarían letales a la mayoría de individuos en una población normal de la misma especie.
En palabras simples, si una plaga no muere tras la aplicación de un insecticida, hereda la resistencia obtenida a su descendencia, lo que ocasiona poca efectividad de los insecticidas empleados aumentando los costos de producción de los alimentos y haciendo incosteables algunos cultivos.
Datos oficiales de 1960 destacan que en México, el 62.5 por ciento de los plaguicidas se aplicó en el cultivo del algodón, insumo que aportaba el 25 por ciento de las divisas del país. El uso excesivo de los plaguicidas provocó la generación de una importante resistencia en las plagas del algodón lo que causó que años después se abandonara este cultivo por ser incosteable. No obstante México continuó adquiriendo plaguicidas químicos. En 1968, cuando en Estados Unidos ya se reconocía el efecto tóxico del DDT, lo que provocaría su prohibición en 1972, México compró a ese país la tecnología de fabricación del compuesto.
Como contraste a esta prohibición, en 1998 nuestro país utilizaba alrededor de 900 principios activos plaguicidas en 60 mil preparaciones comerciales, y se fabricaron 36 ingredientes activos entre los que destaca el DDT y otro organoclorado llamado Endosulfán.
Los plaguicidas más peligrosos usados en México hasta nuestros días y que son prohibidos y restringidos en otros países son: Cloratos o Clordano, Clorobencilato, DDT, Endosulfán, Gamma HcH, Metoxicloro, Canflenciro, Endrín, BCH Tridente, Heptacloro, Disulfotón, EPN, Paratión Etílico, Leptofos, Pentaclorofenol, y Paraquat, entre otros
Más aún: en el marco del Tratado de Libre Comercio, México es el único país que utiliza DDT para el control del mosquito transmisor del paludismo; y también es el único país que utilizaba organoclorado, cuando Estados Unidos ya había prohibido la producción de este compuesto.
Efectos nocivos en la salud humana
Los plaguicidas químicos representan una amenaza para la salud pública y para la mayoría de las formas de vida, siendo compuestos tóxicos que inducen mutagénesis (alteraciones del ADN o cromosomas), teratogénesis (malformaciones del embrión) y alteraciones sobre las funciones metabólicas y de reproducción.
Algunos de estos compuestos se almacenan en órganos ricos en grasa como el hígado y el cerebro, también se encuentran en la leche materna y son capaces de atravesar la barrera placentaria induciendo bajo peso y hasta retraso mental en el recién nacido. La acumulación de compuestos organoclorados es mayor en las mujeres independientemente del índice de masa corporal y se incrementa significativamente con la edad.
Los plaguicidas también son neurotóxicos, provocan alteraciones del sistema nervioso central y es posible que los organoclorados causen autismo según científicos del Departamento de Salud Pública de California.
Los organofosforados atacan el sistema nervioso y producen inhibición de la acetilcolina, lo que a su vez ocasiona parálisis, bloqueo neuromuscular y afecciones cardiacas.
Muchos plaguicidas químicos están prohibidos en los países del primer mundo. Sin embargo en los países en desarrollo siguen siendo utilizados, exponiendo a los agricultores a altas concentraciones de ellos, lo cual hace recordar a un autor norteamericano que alguna vez mencionó que “México ha subordinado la salud de sus agricultores a la salud de sus tomates”.